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Nicolás Olea: «El fenómeno cóctel, más que denunciado por los científicos, no está considerado en la legislación»

Nicolás Olea: «El fenómeno cóctel, más que denunciado por los científicos, no está considerado en la legislación»

Nicolás Olea (Granada, 1954) es licenciado y Doctorado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Granada. Exdirector científico del Instituto Investigación Biosanitaria de Granada e investigador responsable del grupo A15-Oncología Básica y Clínica de este mismo instituto. Experto universitario en Epidemiología, destaca por sus líneas de investigación en Salud y Medioambiente: disrupción endocrina, cáncer hormonodependiente, carcinogénesis ambiental, agentes físicos y compuestos químicos, diagnóstico radiológico y nuclear. Ha participado en más de 30 proyectos de investigación nacionales e internacionales. Es autor de libros como Libérate de tóxicos. Guía para evitar los disruptores endocrinos (RBA, 2019).

¿Qué son los disruptores endocrinos y cómo nos afectan?

Los disruptores endocrinos o alteradores hormonales son sustancias químicas, contaminantes ambientales, que una vez dentro del organismo modifican las hormonas, las “hackean”. Las hormonas son mensajeros químicos que comunican un órgano con otro y es fácil que algunos de los compuestos químicos que hay en el mercado puedan interferir en ese mensaje.

La Unión Europea tiene 43.000 compuestos químicos de síntesis en el mercado, muchos de ellos sin parangón en la naturaleza. La exposición a estas sustancias es universal, ocurre desde la infancia y hasta la madurez, en los dos géneros y en momentos sensibles de la vida. Estamos haciendo hincapié en la exposición de la mujer joven en edad fértil. Los problemas hormonales son más patentes en la mujer y más críticos en el desarrollo tanto del embrión como del feto.

¿Dónde están presentes estos disruptores?

Históricamente los encontramos en el DDT, Endosulfán y PCBs, compuestos hoy prohibidos, aunque persistentes medioambientales y muy vinculados a la agricultura por ser pesticidas. En los años 90, aparecen en detergentes, cosméticos, plásticos, textiles. Hoy están presentes en todos los artículos de consumo manufacturados, fundamentalmente los derivados del petróleo (bisfenoles, ftalatos, benzofenona, parabenos…).

¿Están regulados?

Todo está en marcha, pero tarda 20-30 años. Muchos de los compuestos se prohibieron después de estar 40 años en el mercado. Siempre existe un compuesto similar no regulado que se pone como sustituto sin darse cuenta que está poco investigado o que incluso es peor. Y empieza otra vez la maquinaria de regulación, una historia tremendamente larga que no está adecuada a la necesidad.

Desde el 2019 se han prohibido el Linurón, el Mancozeb y el Clorpirifós, tres pesticidas disruptores endocrinos. Se sacan del mercado de forma lenta y además dejan secuelas de enfermedad. Parece como si, al prohibirlos, decayera la responsabilidad y ya nadie es responsable del daño causado. Si se han prohibido porque son tóxicos, deberían ayudar a pagar las facturas del psicólogo por el déficit de atención e hiperactividad, del ginecólogo para la endometriosis e infertilidad, el cáncer de mama…

Es decir, se toman medidas tardías y los efectos de estos disruptores tardan en aparecer.

Absolutamente. Un problema gravísimo es que su exposición se asocia las enfermedades comunes del siglo XXI: infertilidad, cáncer de mama hormonodependiente, obesidad, diabetes, hipotiroidismo. Cuando les cuento a mis compañeros médicos que la quinta medicina más vendida en España con receta, después de cuatro analgésicos, es la hormona tiroidea y les explico que hay causas ambientales, no se lo creen.

Se establecen límites máximos de residuos. ¿Son demasiado altos?

Fallan en lo más elemental: no consideran el efecto combinado. ¿Cuántos residuos dentro de los límites de la legalidad hacen un residuo tóxico? El fenómeno cóctel, que está más que denunciado por la comunidad científica, no está considerado en la legislación.

Para construir ese límite máximo se extrapolan los efectos tóxicos, letales, hasta que, aplicando unos coeficientes de seguridad, afirman que tal concentración no va a ser perjudicial. Pero a esas concentraciones aparentemente seguras se dan efectos hormonales. En cuatro años han caído cuatro disruptores endocrinos de los más preocupantes de los grandes, Nonilfenbol, Linurón y Maocozeb. El último, prohibido en pleno Covid, el Clorpirifós.

Lo mismo está ocurriendo con el Glifosato.

Yo lo llamo la parálisis por análisis. Y lo han prohibido porque se han convencido del daño, pero no se dan cuenta que se debería de haber aplicado el principio de precaución o de cautela, que es anticiparse al daño siendo cauto y prohibiendo las cosas al tener una sospecha razonable. Dice el principio de precaución: no es el que sufre la enfermedad el que tiene que demostrar el daño; es el que pone el producto en el mercado el que tiene que demostrar la inocuidad.

¿Qué falla, pues?

El principio de prevención no se aplica en la mayoría de los casos. Cuando la Unión Europea lo aplica, es de forma muy particular. En el año 2011 prohibieron los biberones de policarbonato para evitar la exposición de los niños al bisfenol A. El 31 de diciembre del año 22 le van a dar un recorte a esta sustancia. Por fin la van a sacar del mercado del envasado alimentario y de los productos en contacto con los alimentos. Pero han pasado once años. ¿Cuánto daño han producido con su ligereza?

Falla el proceso, que es excesivamente lento y está basado en la demostración del daño, cuando debería de basarse en la demostración de la inocuidad. Y las decisiones, que se tienen que tomar en función de cuanto sabemos, pero fundamentalmente en función de lo que no sabemos aún.

¿Qué podemos hacer para reducir la exposición?

Una solución es acercarse a quien comparte tus preocupaciones y principios, que busca alternativas y ofrece alternativas más seguras. Gente que tiene el conocimiento y que pueda orientar. Comer de cercanía, de temporada, no procesado, ecológico y pagando el precio justo. Y divulgación.